ALTAS SOLEDADES Alguna vez sentí la soledad del otro y acurrucada en un ala de mi alma padecí. Tan triste fue lo que sentí. Sentí que en su gemir, mi gemir moría. Y de dolor al escuchar sus gritos debatía. Sus gritos y sus voces que llamaban. ¡Impotente! ¡Impotente! ¡Impotente! Solo escuchar podía. ¡Que por ellos y por mi nada hacer podría! ¿A que acogerse entonces cuándo el grito de los afligidos llama? A Dios niña querida, a Dios, pensaba el alma. Acordándome también del discípulo que preguntaba Y en su aflicción el maestro lo miraba. A su vez Él, le decía a su discípulo: Nada por vosotros puedo hacer más que orar… Para que al orar vuestras cadenas rueden, y para que al rodar se zafen. Y en ese zafarse vuestro anhelo crezca Y se fecunde de amor en...
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